Eurovisión, el fenómeno televisivo-cultural que cada año pone a toda Europa a cantar y bailar delante de un televisor, visita Tel Aviv … de nuevo. Este año se celebra en Israel, un país que refleja como pocos la esencia del festival musical. Y os preguntaréis porqué ¿verdad? El país de la orilla oriental del mediterráneo ha alumbrado nada menos que cuatro ganadores del concurso con canciones e intérpretes tan icónicos como A-ba-ni-bi (1978), Hallelujah (1979), Dana International (1998) y, cómo no, Netta (2018).
Desde su primera edición hace más de 50 años, Eurovisión es, igual que Israel, sinónimo de encuentro de culturas, de arte, de espectáculo, de diversión y de devoción. La multiculturalidad, que vemos en el escenario de la gala de Eurovisión con miles de personas blandiendo las banderas de sus países, es característica también en Israel. Lo es fruto de la historia única de un país de poco más de 70 años de existencia formado por personas procedentes de más de 120 naciones que trajeron consigo su cultura, tradiciones, canciones, idiomas y maneras de entender la vida. El Israel del siglo XXI que recibe Eurovisión es una fusión de todas estas formas de hacer y, sin embargo, hay un punto de unión, algo que les hace sentir parte de un todo. La misma sensación que la música provoca en el público del festival.
A la fusión de culturas y contrastes se suma la alegría de vivir, uno de los rasgos diferenciales de Israel, a destacar en Tel Aviv, una ciudad vibrante, viva e intensa y que de bien seguro podrán disfrutar aquellos que viajen a la ciudad mediterránea para vivir el festival en vivo. La segunda ciudad del país, la que, según se dice, “se divierte mientras Jerusalén reza y Haifa trabaja”, ofrece al visitante un sinfín de posibilidades para pasar unos días inolvidables: playas kilométricas donde relajarse, tomar el sol o jugar a las matkot (palas) el deporte nacional más practicado a lo largo ancho de sus costas, tanto en el Mediterráneo como en el mar Rojo; o probar la gastronomía vegana. Cuando cae la noche y las ganas de fiesta se apoderan del cuerpo, emerge una multitud de ofertas de locales nocturnos, sumados a una amplia comunidad LGTB, responsable cada año de la celebración de un gay pride que reúne a más de 200.000 personas. En definitiva, las 24 horas del día son pocas para aquellos que quieran exprimir esta urbe. Nombres como The Block, Kuli Alma, Suramare, o Beed se convierten en visitas obligadas en las noches telavivienses.
Los focos de Eurovisión se apagan. Otro merecido ganador, otra fiesta. Sin embargo, Israel seguirá ahí, mereciendo un viaje en profundidad. Recomendamos disfrutar del silencio, de la soledad acompañada. Especialmente, para los amantes de la naturaleza, caminando por el desierto del Negev, que ocupa cerca del 60% del territorio del país. La ciudad de acceso al mismo es a través de Eilat (justo abajo del todo de Israel). Bañada por las aguas del mar Rojo.
La naturaleza puede disfrutarse también en los diferentes parques nacionales. Uno de ellos, la reserva natural Ein Gedi, es un auténtico oasis con sus caídas de agua, riachuelos y manantiales que emergen de las montañas del desierto de Judea; el parque Timna, considerado un paraíso geológico por la llamativa forma que han adoptado sus rocas. Y finalmente y de alta importancia y valoración para cualquier amante de la arqueología, la joya de la “corona de arena”, la icónica Masada, por la historia que allí se escribió.
Antes de subir a Jerusalén y como broche de oro, no olvides tomar un baño en el puento más bajo del planeta, el mar Muerto, con sus aguas saturadas de minerales. Una experiencia única, donde la flotabilidad y el salitre llevan al visitante a otra dimensión y suponen otro gran Festival para los sentidos.